Las cifras hablan por sí solas: en los últimos 50 años, el número de personas con miopía se ha duplicado en muchos lugares del mundo, como en Estados Unidos y Europa. Pero en otros territorios, en especial en Asia, el incremento es muchísimo más alto.
Algunas estimaciones apuntan que al final de esta década hasta un tercio de la población, es decir, 2,5 mil millones de personas, sufrirán de este defecto en la visión, a consecuencia del cual el ojo no refracta correctamente la luz, causando la visión borrosa de los objetos lejanos.
La miopía aparece durante la edad escolar y suele empeorar gradualmente hasta que el globo ocular completa su crecimiento. Lo que causa la miopía es el crecimiento excesivo del globo ocular, el cual se vuelve más largo de lo normal.
Esa miopía patológica, aumenta significativamente el riesgo de sufrir cataratas, glaucoma, desprendimiento de retina y maculopatía miópica. Cabe recalcar que la miopía grave está entre las tres primeras causas de ceguera permanente en el mundo.
Ya en los años noventa se había establecido una correlación entre el tipo de educación y la miopía tras un estudio realizado con adolescentes israelíes escolarizados en las escuelas talmúdicas judías conocidas como yeshivot. En estos centros las horas dedicadas a leer son mucho más altas y también el índice de miopía. La asociación parecía consistente, a lo que se sumaban las muchísimas horas que los niños del siglo XXI pasan frente a las pantallas de ordenadores, smartphones y tablets.
Sin embargo, los estudios acabaron por descartar que ese fuera el motivo principal. La pista definitiva no llegó hasta 2007, cuando el optometrista Donald Mutti del Colegio de Optometría de la Universidad Estatal de Ohio llevó a cabo una investigación que durante cinco años estudió los hábitos de un grupo de más de 500 niños de 8 y 9 años de edad y con visión sana. Al concluir la investigación, uno de cada cinco niños había desarrollado miopía. Y destacó un factor ambiental asociado a estos: habían pasado mucho menos tiempo al aire libre que los demás.
El factor más concluyente resultó ser una mayor exposición a la luz brillante del día.
«La miopía siempre tiende a progresar. Solo la frena la exposición a la luz solar y las gotas de atropina», dice Manuel Díaz. Díaz es uno de los autores de un estudio científico que está a punto de ser publicado, en el que a lo largo de 5 años se ha podido comprobar que la atropina superdiluida (al 0.01%), aplicada diariamente por la noche, resulta también muy útil para ralentizar la progresión de la miopía. En el 80% de los tratados se consiguió frenar el avance de la miopía, que no aumentó más allá de las 0,25 dioptrías por año.
La atropina es un fármaco que lo que hace, entre otras cosas, es aumentar la producción de dopamina en las células amacrinas de la retina por lo que, en combinación con una correcta exposición a la luz solar, puede ser una herramienta de gran utilidad para controlar este indeseable auge de la miopía en el mundo.